Somnolencias Guajiras
(…del librito bajo la almohada)
Relato
ADVERTENCIA
Los hechos referidos en este relato para nada tiene que ver con guajira real alguna que haya enloquecido mis sentidos y se haya entremezclado con mis ilusiones y fantasías más profundas. Tampoco es cierto que no pueda dormir de ganas de abrazarla toda una noche tibia bajo un cielo tapizado de estrellas y/o que me muera de ganas de besar sus labios carnosos mientras escuchamos reggae en isla tropical alguna y hacemos el amor en una hamaca. Espero que esto haya quedado suficientemente claro . Todo lo escrito está basado en una hipotética protagonista de talle sublime ojos de ensueño y piel canela de otro país … o mejor de otro continente de mi loca imaginación .
Su fotografía
El había tratado de no pensar nuevamente en ella. No quería volver a llenarse de una fantasía pueril y simplemente cerraba los ojos con fuerza. Pero la fotografía sobre su escritorio no ayudaba mucho a olvidarla .Solo mirarla le encendía la circulación ,la respiración se le agitaba y deseaba salir corriendo a abrazarla acariciarla y cubrirla toda de besos. Distancia cruel e indolente.
Lo estremecía ver su fotografía. Aquella sonrisa eterna llena de vida y futuro, le hacía soñar despierto, soñar con un mundo de celuloide junto a ella, un universo en el que la distancia no existiera más y el mar los esperara siempre sin afán alguno. Un día sin más prisa que llegar a casa y encontrarse uno frente al otro, besarse sin mediar palabra y desnudarse mutuamente para extasiarse en un largo abrazo, profundo, ininterrumpido, perfecto.
Alzaba sus ojos mucho más lejos de la línea del horizonte .Un horizonte en el que estaban uno junto al otro .Ella recostada sobre su pecho, profundamente dormidos en una tarde perezosa. Un sueño tan tranquilo como el de un recién nacido. Un sueño más profundo que el Caribe o la fosa de las Marianas .Una tarde de domingo, perezosa como cachorra recién parida .Una tarde lenta y fría. Lenta como ninguna. Lenta como amanecer nórdico.Lenta como los sueños verdaderos .Tan lenta como enredadera de pensamientos que se enraízan en el corazón e invaden los brazos y las piernas. Una tarde tan lenta como las lágrimas convirtiéndose en semillas.
Aquellos ojos sinceros,su esbelto cuerpo, su lacio y negro cabello, testimonio de su herencia guajira enmarcando una hermosa y sensual sonrisa ,solo invitaban a revivir un amor adolescente casi del todo olvidado .Mordía sus labios para no gritar su nombre por la ventana. Casi podía sentir el aroma de su cabello rozándole el cuello mientras abrazaba su figura menuda y los femeninos dedos recorriendo su espalda.
Guardaba en secreto aquella poderosa emoción, no la habría compartido ni siquiera con su mejor amigo y confidente, pues pensaba que solo contarlo rompería aquel hechizo mágico que obnubilaba sus sentidos y le inspiraban a pensar en todos los medios posibles para sacarla de aquella fotografía en el patio de la abuela.
Caballería Rusticana
Extrañó el abrazo que nunca le había dado con su vestido rosado. Extrañó la tersura de sus manos y el calor de su talle cuando se recuesta sobre su pecho y también extrañó la caminata por el rio con ella los domingos en la tarde. Ahora solo pensaba en cómo ir a su rescate en blanco corcel y refulgente armadura. No podía dejar de pensar en ella. La levantaría en pleno galope sobre el anca y saldrían corriendo raudos por la llanura .Sin decir adiós, sin mirar atrás, sin despedidas ni lágrimas, sin nostalgia. Solo con una gran sonrisa a su espalda. Ella, princesa guajira aferrada a su cuerpo. Sosteniéndose con todas sus fuerzas, plena de gozo por que la llevaría a su castillo y sería su princesa por siempre.
A bordo de sí mismo.
Él tenía que emprender un largo viaje, un viaje a bordo de sí mismo. Un viaje en que no podía llevar consigo más que la mente clara y el corazón desnudo. Le inspiraba no solamente conocer su cuerpo de ensueño, o sus ojos de felina en celo o su figura esbelta; le inspiraba profundamente la fuerza de su espíritu ,la ternura en cada palabra cotidiana. Le inspiraba su sensualidad en cada susurro al caer la tarde, la agudeza de sus sentidos, la energía que le imprimía a cada cosa que hacía, la alegría por cada pequeño o gran logro.
Con rumbo Norte
Él se llenó de angustia .Sus manos se entumecieron de frio y su corazón dejó escapar una lagrima. Mirar al norte ahora le imprimía mucha incertidumbre pero también mucha pasión. Mirar al norte como el grumete en la punta del barco en una noche brumosa con escasa visibilidad, sin una brújula cierta. Sin una marea segura. Necesitaba una voz firme que le sirviera de faro en la noche oscura. Necesitaba ir a sus raíces encontrar de nuevo el camino, vivir una vez más solo con una buena camisa y un sombrero. Sentir que realmente estaba vivo y que existía una razón valedera para viajar en búsqueda de sentido.
El frio de la noche y la soledad de la impersonal ciudad lo atormentaban. Apretaba un brazo contra el otro simulando uno de los abrazos eternos que se daban al caer la noche y friccionaba su pecho en busca de calor.Pensó entonces ,como podría ser realmente un hombre sin poder besar sus labios. Sin que sus manos tocaran su piel .Con su pecho siempre frio al anochecer. Cómo podría convertir en realidad esa fantasía sublime, aquel sueño que le hacía hervir la sangre y le hacía estar vivo.
Podía sentir la arena bajo sus pies desnudos con tan solo cerrar los ojos. Aspiraba la brisa del mar llena de sal .Sal de su piel, sal de su alma , sal de sus lágrimas.
La plaza
Se distinguieron a la distancia el uno al otro sin mayor dificultad. Se había metido uno en la mente del otro y sus siluetas eran ya inconfundibles.
El la tomaba por el talle mientras caminaban por la plaza, contemplando su enorme sonrisa al medio día bajo el sol inclemente del verano costeño. Un provocativo “cholao” valluno los esperaba en la esquina de la plaza y por el sol intenso casi no levantaban la mirada mientras se tomaban de la mano. El ambiente fresco de la heladería los acogió de inmediato y corrieron a sentarse a la única mesa disponible , el deslizaba travieso su mano sobre su pierna bajo su vaporoso vestido mirando por la puerta como a través de un cuadro de Van Gogh.
Al fin “El Cabo”
El estaba allí finalmente en “El cabo” después de mucho tiempo y un largo viaje, de pie contemplando el mar, todo vestido de blanco, esperándola. Mirando al horizonte perdido que le transporta al espacio infinito. Se extasiarían con el atardecer ,una puesta de sol perfecta ,hecha solo para los dos.
Ella despreocupada preparaba la manta guajira que le había prometido usar aquella tarde y sonreía. Caminó parsimoniosa hasta la cabeza de playa, feliz, llena de júbilo, sabiendo cumplido el primero de sus sueños. La brisa en el cabo soplaba incesante. Ella recostó su cabeza sobre su hombre, aquel con el que había soñado por largo tiempo ,aquel que sabría saborear sus amores. Tal como estaba escrito,la abrazó contra su pecho con ternura pero también con pasión infinita y deseó con todas sus fuerzas no soltar su mano jamás.
La terraza
La tomó suavemente por los brazos y la sentó sobre sus piernas a horcajadas en la irresistible mecedora de madera en la terraza .La besó. La brisa marina de la mañana los golpeaba celosa refrescando su necesidad profunda. El aire era transparente. Como nunca la luz lo inundaba todo sin encandilar. Se contemplaron fijamente y vieron por vez primera las niñas de sus ojos. Las sonrisas palidecieron al irse transformando en deseo, fascinación y desconcierto.
Calló la noche, no solamente cayó. Aquella noche guajira hecha solamente para los dos. Una noche en la que las estrellas los arrullaron con la música de las esferas. Una noche en la que compartieron una hamaca estrecha, abanicados con la brisa del mar que atizaba una fogata con leña. Noche con grandes luceros que los miraban con envidia, escudriñándoles inquietos su desnudez ingenua.
Los sorprendió la madrugada uno atado al cuerpo del otro. El calor de la mañana los sacó perezosamente de la hamaca. Los terminó de despertar el aroma inconfundible del café hecho con leña y un poco de canela. Sin ninguna prisa saborearon la bebida en los pocillos de peltre, agachados frente al fogón de tres piedras mirando hacia el horizonte desde la sencilla cabaña wayuu. Sin sentir sus pies llegaron hasta la playa tomados de la mano, se adentraron en el calmo mar que los abrazaba a su paso. La larga playa del cabo se prolongaba por unos 20 metros hasta cubrirlos a la altura de los hombros. Allí no hubo ropas que les estorbaran. El jugueteo cómplice de las tranquilas olas, facilitaron la danza marina del encuentro de Venus y Marte. Sus cuerpos se fundieron en uno ,se devoraron con pasión infinita y sabor a sal , arena y sal ,sal de la vida.
Continuara…